Fraternidad camino de paz
Aspiración tan cierta que la primera gran revolución moderna nació con el lema “Libertad, igualdad, fraternidad”. Y luego la bolchevique también prometió la fraternidad con la implementación del paraíso en la tierra, sin propiedad, ni necesidad de Estado ni religión, donde el hombre nuevo sin mal, comparte todo fraternalmente, sin mío ni tuyo. Con la revolución de la modernidad ilustrada se eliminaron barreras sociales, los derechos humanos tomaron cuerpo en leyes e instituciones y cultura, la ciencia y la tecnología abrieron la llave a un formidable desarrollo de la racionalidad instrumental con inmensas posibilidades de humanización. Pero también de mayores posibilidades de matar, dominar y deshumanizar.
Hemos aprendido a reclamar los derechos humanos igualitarios y las libertades para el individuo, pero poco ha avanzado el espíritu de fraternidad humana y sin ella la racionalidad instrumental se convierte en portento tecnológico monstruoso. La fraternidad no es parida por la racionalidad instrumental, ni por las leyes naturales, ni es algo que se exige, sino que es la donación de sí, que nace y se alimenta del misterio de un Dios-amor que se nos da y enciende el fuego de la gratuidad entre todos los humanos. La fraternidad es reconocimiento y afirmación del otro, es dar la vida por él, es la donación del encarcelado hacia el carcelero, rompiendo la cadena histórica del ojo por ojo…
La gratuidad hacia los hijos o entre los hermanos de sangre tiende a brotar con facilidad en el jardín doméstico de los afectos, pero no así hacia el enemigo que nos negó e hizo guerra. ¿Cómo transformar el enemigo en amigo? ¿Cómo tender puentes y sumar fuerzas para ganar ambos y no fracasar los dos? Es criminal burlarse del país que necesita esta fraternidad exigente y transformadora con triquiñuelas tácticas y vivezas de malandro para aparecer dialogantes mientras se está afianzando el “apartheid” político contra el otro o se desata una campaña de difamación para hacerlo merecedor de desprecio y de odio. Por ahora en el juego del poder venezolano no brilla ningún Mandela con la grandeza de espíritu de la fraternidad imprescindible para construir la Venezuela que necesitamos. Tampoco es frecuente ver la fraternidad actuando en la economía con decisión e inteligencia, superando la absolutización del interés propio que mutila la solidaridad sin la cual no es posible la paz duradera, ni elevar la productividad y bienestar compartido.
¿Qué razones tenemos para no ser corruptos y no apropiarnos desde el poder de miles de millones de dólares ajenos? ¿Por qué no matar si con ello elimino el único obstáculo entre mi deseo de zapatos de marca y el dueño que los lleva puestos? Con tan bajo índice de fraternidad es lógico que haya 25.000 asesinatos en el año, escasa productividad, pobreza estructural y corrupción desbocada. Simplemente no hay razones para que no sea así. La razón para superarlo es la fraternidad que afirma la vida digna de los otros en “nosotros”. Como dice el papa en su mencionado mensaje: “La fraternidad tiene necesidad de ser descubierta, amada, experimentada, anunciada y testimoniada. Pero sólo el amor dado por Dios nos permite acoger y vivir plenamente la fraternidad”. Lo atestiguan creyentes y agnósticos que reciben la misteriosa llamada interior a ser don gratuito para los demás y descubren que dar la vida por el otro no es perderla sino ganarla.
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